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Más Allá del Humano: Plutarco, Porfirio y los Orígenes Clásicos de la Zooética

Desde los orígenes del pensamiento filosófico occidental, la figura del *anthropos* —el ser humano concebido como ente racional, social y moral— ha sido el centro de las reflexiones éticas. Las diversas escuelas helenísticas fundamentaron sus concepciones del bien, la virtud y la justicia sobre una caracterización específica del ser humano, excluyendo de la consideración moral a otras formas de vida. No obstante, en el seno mismo de esa tradición antropocéntrica, surgieron voces disidentes que pusieron en cuestión la legitimidad de esta centralidad humana. Plutarco y Porfirio de Tiro, ofrecieron argumentos que apuntan a una ampliación del círculo moral más allá del humano. 

En la ética clásica griega, el ser humano es concebido como el centro de lo moral en virtud de su capacidad racional. Aristóteles lo define como *zoon logon echon* —animal dotado de razón— y establece una jerarquía ontológica en la cual los animales y plantas existen para servir al hombre, quien es fin en sí mismo. Esta concepción teleológica organiza el mundo en una escala natural donde la racionalidad es el criterio supremo del valor. Lo moral se define así dentro de los límites de la racionalidad humana, y todo lo que no participa de ella es reducido a instrumento.

Los estoicos, aunque postulan un logos universal que impregna toda la naturaleza, sostienen que solo los humanos participan conscientemente de él, y por ende solo ellos pueden ser virtuosos. El deber moral se define como vivir conforme a la razón, lo que automáticamente excluye a los animales no humanos del ámbito ético.

Por su parte, los epicúreos y escépticos, interesados principalmente en la búsqueda de la *ataraxia* o imperturbabilidad del alma, no desarrollan una ética animal, y tienden a considerar a los animales como ajenos al ámbito de la virtud. Los sofistas, sin embargo, con su relativismo y su énfasis en la construcción cultural de los valores, abren un espacio de cuestionamiento a la naturalización del *anthropos*, lo que permite una lectura crítica de la excepcionalidad humana.

Esta concepción antropocéntrica de la moralidad fue predominante por siglos, y aún hoy persiste en muchas concepciones legales, económicas y filosóficas. Sin embargo, su vigencia se ve crecientemente cuestionada frente a problemáticas actuales como el cambio climático, la industrialización de la vida animal y la emergencia de nuevas sensibilidades éticas.

En el interior mismo de esta tradición antropocéntrica surgen voces críticas. Plutarco, en “Sobre comer carne”, condena el consumo de carne no solo por razones fisiológicas o estéticas, sino sobre todo morales. Se pregunta: “¿Cuál fue tu primer crimen? ¿Dónde viste por vez primera la muerte que no fuera necesaria?” Con estas palabras, el filósofo ataca la naturalización de la violencia contra los animales y pone en cuestión el derecho del ser humano a disponer de sus vidas.

Plutarco reconoce en los animales cualidades como la sensibilidad, la sociabilidad y la capacidad de sufrir, lo que debería bastar para considerarlos dentro del ámbito moral. Critica además la costumbre como justificación: lo que se ha hecho siempre no implica que sea justo. Esta crítica al argumento de la tradición se mantiene vigente hoy, cuando las prácticas industriales con animales se legitiman frecuentemente por su supuesta “normalidad” o conveniencia.

Porfirio,radicaliza esta postura en *Sobre la abstinencia*. Argumenta que la justicia debe extenderse a todos los seres que pueden ser dañados injustamente, y que la virtud de la templanza se ve comprometida por el hábito carnívoro. Para él, abstenerse de comer animales no solo es un acto de piedad, sino una exigencia de coherencia filosófica. Critica la instrumentalización de los animales y advierte que tratarlos como medios es incompatible con una vida verdaderamente virtuosa.

Las perspectivas zooéticas contemporáneas cuestionan la centralidad del humano como único agente moral. Proponen una ética de la interdependencia, donde humanos y no humanos cohabitan en redes de afecto, responsabilidad y agencia distribuida. En lugar de postular una jerarquía natural, la zooética propone una ontología relacional: los animales no son objetos de compasión, sino sujetos con los que compartimos mundo, historia y afectividad.

Su valor actual radica en que permiten visibilizar que el rechazo a considerar moralmente a los animales no es una necesidad lógica ni una conclusión inevitable de la filosofía antigua, sino una elección cultural e histórica. 

La ética tradicional, anclada en el concepto de *anthropos*, construyó una moralidad exclusiva que ha sido cuestionada tanto desde dentro como desde fuera. La zooética, al desafiar la centralidad humana, no elimina el legado clásico, sino que lo relee críticamente. La vigencia de los argumentos antiguos radica no solo en su continuidad conceptual, sino en su capacidad de iluminar conflictos éticos actuales como el trato a los animales, la sostenibilidad, y la justicia inter-especies.

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